Contra el sentido común. Práctica basada en la evidencia

Cuando elegiste estudiar logopedia, quizá no pensabas que también te adentrarías en el mundo de la ciencia. Este artículo explora por qué la experiencia, el sentido común y la buena fe no son suficiente para garantizar una intervención efectiva, y reivindica la importancia de la práctica basada en la evidencia en logopedia. Para ofrecer una atención de calidad y proteger a los pacientes más vulnerables, hay que adoptar una mirada crítica y fundamentar las decisiones terapéuticas en datos contrastados y métodos validados.


[Este texto se publicó en el número 41 (primavera-2024) de la revista Logopèdia, con una licencia Creative Commons by-nc-sa-nd]


Déjame adivinar: cuando decidiste estudiar logopedia, lo que tenías en mente era ayudar a personas que tenían una dificultad en algún aspecto. Tu vocación era seguramente la de asistir a alguien que tenía algún problema y mejorar así su calidad de vida. Sin embargo, probablemente en aquel momento no te planteabas que ibas a convertirte en un científico.  Entiéndeme,  ya sé que no todos los logopedas llevan a cabo proyectos de  investigación o publican artículos en revistas indexadas. Cuando me refiero a que ibas a convertirte en un científico, quiero decir que quizá no te planteabas que se iba a esperar de ti que manejaras con soltura los métodos y herramientas que se emplean en la ciencia. Otras profesiones sanitarias, con la medicina como ejemplo paradigmático, llegaron antes a la conclusión de que la intervención en materia de salud debe regirse por prácticas basadas en la evidencia. No te creas, hasta los años treinta del siglo pasado incluso la medicina era bastante poco científica, ya que contaba con pocos remedios realmente efectivos para los problemas de salud de la época y empleaba métodos no solo ineficaces, sino de lo más estrambóticos.

¿Pero por qué no podemos ejercer simplemente basándonos en nuestra experiencia, el sentido común y la buena fe como se ha hecho siempre? Pues sencillamente porque esos tres métodos no son fiables. Si estamos de acuerdo en que queremos llevar a cabo terapias que funcionan, debemos desconfiar de esas tres premisas.

La experiencia. Los humanos vemos patrones por todas partes. Delante de una realidad que nos ofrece datos desordenados e incompletos somos capaces de hacer un análisis heurístico de problemas complejos que nos permite encontrar soluciones útiles. Esto como especie probablemente ha jugado a nuestro favor. Sin embargo, esa manera de analizar la realidad no permite ver la imagen completa, sino solo algunos detalles. El sistema da lugar a errores, como ver la cara de Jesús en una tostada o relaciones causales donde no las hay. La experiencia propia con la realidad, o con los pacientes, no nos proporciona un conjunto de datos sistemáticos y una muestra controlada y aleatorizada de casos. Por lo que los patrones que creemos ver muy a menudo suelen ser falsos.

La experiencia profesional de cada logopeda constituye una muestra que puede dar algunas intuiciones iniciales, pero que no permite realizar afirmaciones de eficacia con confianza. Si a eso le unimos que nuestra percepción puede estar sesgada por considerar solo los casos que confirman nuestras creencias o hipótesis iniciales, se hace evidente que hace falta un procedimiento sistemático: hace falta ciencia.

El sentido común. Esta manera de procesar la información hace que seamos víctimas de muchos sesgos cognitivos, ya que nuestra evaluación de los datos se ve afectada por nuestras creencias previas. Por eso, hacer ciencia también implica ir contra el sentido común. Un ejemplo muy popular en los últimos años es el de los estudios que muestran que los ejercicios oromotores no verbales no tienen eficacia en el tratamiento de los trastornos articulatorios. ¿Quién lo iba a decir? Al fin y al cabo, era de sentido común prescribirlos, ya que en ambas tareas están implicados los mismos órganos, ¿no?

La buena fe. Los logopedas queremos lo mejor para nuestros pacientes, queremos ayudarlos y que progresen en el proceso terapéutico. Sin embargo, eso no es suficiente. Es necesario objetivar la propia práctica o de lo contrario podemos estar viendo avances o estancamientos donde no los hay. Es más, nuestras creencias sobre el tratamiento tienen un efecto en el paciente. En médicos, se ha observado que la fuerza de sus creencias sobre el tratamiento participa en el efecto placebo, ya que a través de los gestos o la entonación transmiten esas creencias al paciente. En nuestro caso, el tener creencias erróneas sobre el desempeño del paciente en alguna área, podría trasladarle ese error.

Los sesgos perceptivos y las ilusiones cognitivas son tan omnipresentes que incluso los investigadores deben tomar medidas para llevar a cabo sus investigaciones. Por eso es una buena práctica poner en cuestión lo que vemos y lo que pensamos. Por eso, los estudios de más valor en ciencia se llevan a cabo a través de procedimientos de doble ciego.

Los sesgos no solo están en nosotros, sino que también vienen de presiones externas, como la promoción de productos sanitarios y fármacos, e incluso las estrategias de venta de terapias alternativas pseudocientíficas que no han demostrado eficacia.

La práctica basada en la evidencia es necesaria porque necesitamos intervenciones que verdaderamente funcionen. Esta manera de trabajar ofrece mayor seguridad al paciente, ya que cuando empleamos métodos o herramientas que se ha demostrado que funcionan a muchas personas, hay más probabilidad de que también lo hagan con nuestro paciente. Esto no es trivial, ya que no solo está en juego si una terapia funciona, sino que podemos estar poniendo en peligro pacientes vulnerables. La práctica basada en la evidencia es una obligación deontológica.


[Este texto se publicó en el número 41 (primavera-2024) de la revista Logopèdia, con una licencia Creative Commons by-nc-sa-nd]



Celia Alba de la Torre
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